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EL OLOR DE DIOS

El 10 de Marzo de 1991, En Dallas, Texas, EE.UU., por complicaciones en su embarazo, Diana Blessing, fue sometida a una operación cesárea para que naciera su hija Dana Lu Blessing. La niña tenía 24 semanas de vida, esto es seis meses desde que fue concebida en la plenitud de su condición humana, en el seno de su madre. Al nacer medía 12 pulgadas (30 centímetros) de altura y pesaba apenas 714 gramos. Era peligrosamente prematura. Los médicos, en un principio, quitaron toda esperanza de sobrevida, destacando  que, si por alguna pequeña chance la lograba, su futuro podía ser muy cruel. Se les dijo a Diana y a su esposo David, que la nena nunca caminaría, ni hablaría, probablemente sería ciega, con retardo mental, etc.. Los padres solo rezaban a Dios pidiéndole que estuviera cerca de su preciosa hijita. Pudieron abrazarla por primera vez, cuando tenía dos meses viviendo fuera del seno materno. Cinco años después de nacida, cuando Dana ya era una pequeña pero hermosa niñita, sin ningún tipo de impedimento mental o físico, en una tarde del verano de 1996, sentada en la falda de su madre, se registró el diálogo que sigue:

Dana preguntó a su madre: “¿Hueles eso?”

Olfateando el aire, y detectando que se acercaba una tormenta, su madre, Diana le respondió: “Sí, huele a lluvia”.

Dana cerró los ojos y volvió a preguntar: “¿Hueles eso?”

Nuevamente su madre le respondió: “Sí, pienso que nos vamos a mojar, huele a lluvia”.

Dana movió la cabeza y anunció fuertemente: “No, huele a Él. Huele como a Dios, cuando apoyas la cabeza en Su pecho”.

Y Dana partió feliz a jugar con otros niños………..

(Había ocurrido que durante esos largos días y noches de sus dos primeros meses de vida fuera del seno materno, cuando los nervios de la niña eran demasiado sensibles para que la tocaran, Dios abrazaba a Dana contra su pecho y fue su aroma de amor el que ella recordaba tan bien).                                                         

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Tú conoces, mi pequeña niña……

Por Juan Carlos Grisolía.

Tú conoces el “olor de Dios”, aquel que percibiste en difícil trance, cuando muy pequeña, presurosa, abandonaste el seno materno.-

Tú conoces, que el que te fue dado, es único y exclusivo para ti, pues Dios no se repite en sus criaturas. Es siempre, y para cada una, diversa y maravillosa novedad.-

Tú conoces que, fiel a Su Orden, el Padre “ayudó” a sus reglas, para que vivieras.-

Tú conoces que, en otro momento, el Señor del Cielo “invadió” su obra, para corregirla  restaurando el vínculo cortado por el hombre en el regalo de la adopción filial y mostrando el camino de la vida eterna.-

Tú conoces, seguro te ha dicho, que envió a Su Hijo a morir por todos.-

Tú conoces, porque lo has sentido, que el Padre vio en ti a su Hijo sufriente.-

Tú conoces que, quiso mostrarte, para que el mundo sepa que la vida humana no es cosa de hombres.

Tú conoces que, viable es aquel que el Señor quiere que viva conforme su ley o prescindiendo de ella.-

Tú conoces que, con tu vida el Padre sonríe al cálculo humano.-

Tú conoces que, aún pequeñita, con toda la vida pudiste cargar.-

Tú conoces, pues te lo ha contado, que insuflada el alma, el límite es suyo. Y que si alguien quiere disponer del mismo, la fidelidad a su orden tolera en esos hijos, que dejen de ser libres y se condenen a esclavos.-

Tú conoces que, el Hijo es la verdad del Padre, y puesta en los brazos del Resucitado, contemplaste el Logos, que es sabiduría eterna.-

Tú conoces la verdadera comida, porque se te dio el regalo de experimentar en Cristo, el amor oblativo que constituyó su entrega.-

Tú conoces, y por eso puedes, con el testimonio simple de tu vida, predicar a Cristo, pues tú lo has vivido en inédito vínculo.-

Tú conoces que, tu alma, aquello “por lo que primeramente vivimos, sentimos y pensamos”  (Aristóteles. De anima. II, 2, 414 a, 12-13), plenamente en acto su naturaleza espiritual, gozó un adelanto de la inigualable visión, en el contacto íntimo con el Dios Encarnado.-

Tú conoces, porque en la Fuente en que fuiste ubicada, estuviste protegida y, así resguardada, el Dios, hecho hombre, como buen amigo, especial cuidado tuvo en darte los medios precisos para que le reconocieras al volver a verte.-

Por eso tu conoces el “olor de Dios”, que es aquel de Cristo, que te tuvo en brazos, y puedo hasta decirte, que fue su Madre, la Virgen  María, la que con cuidado en ellos te puso .-

Y fuiste como uno del grupo, de aquellos que Cristo ordeno no impedir  que vengan a El, “porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos” (Mt. 19, 13-15).-

Por eso te pido, muestra tu pureza, que sea tu ejemplo la llave del Reino. E inspira en mi alma, la vocación firme para admirar la verdad, la belleza y la bondad absolutas, las que participadas a mi  vida terrena, también me permitan percibir  a Dios, como tú lo percibes, con aquellos “sentidos” transformados en medio para saborear lo eterno.-

Y, cuando llegue el momento de mi partida pueda mirarte a los ojos y encuentre en ellos el cómplice guiño que, con toda confianza, diriges al Maestro, para que, generoso, su misericordia acepte como mías la frase de Pablo, próximo a morir: “He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe.” (Timoteo 4,7), y aplique a mi vida no solo justicia, sino también Su amor, aquel que sellara en cruenta Pasión.-